DONES DEL ESPIRITU SANTO
Del Catecismo:
1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Del Catecismo:
1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son:
sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal
143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias
del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu
Santo al modo divino o sobrehumano.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones son infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
El Espíritu Santo actúa los dones directa e inmediatamente como causa motora y principal, a diferencia de las virtudes infusas que son movidas o actuadas por el mismo hombre como causa motora y principal, aunque siempre bajo la previa moción de una gracia actual.
Los dones perfeccionan el acto sobrenatural de las las
virtudes infusas.
Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo,
inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida
sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu
Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros
actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida
sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo.
Número de dones: La interpretación unánime de los Padres y la enseñanza de la Iglesia
enumera siete dones del Espíritu.
Sabiduría: gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de
Dios.
El primero y mayor de los siete dones.
El primero y mayor de los siete dones.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 9-IV-89
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. ... "Un cierto sabor de Dios" (Sto Tomás), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive "
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con las cosas divinas y prueba gusto en ellas. ... "Un cierto sabor de Dios" (Sto Tomás), por lo que el verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que las experimenta y las vive "
Además, el conocimiento sapiencial nos da una
capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios,
a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver
interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de
apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos
de Dios.
Ejemplo: "Cántico de las criaturas" de
San Francisco de Asís... En todas estas almas se repiten las "grandes
cosas" realizadas en María por el Espíritu. Ella, a quien la
piedad tradicional venera como "Sedes Sapientiae", nos
lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus
acontecimientos, sus aspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a
ser alcanzada por el soplo del Espíritu, que la impregna con la luz "que
viene de lo Alto", como lo han testificado tantas almas escogidas también
en nuestros tiempos... En todas estas almas se repiten las "grandes
cosas" realizadas en María por el Espíritu Santo. Ella, a quien la piedad
tradicional venera como "Sede Sapientiae", nos
lleve a cada uno de nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.
"La preferí a cetros y tronos, y, en su
comparación, tuve en nada la riqueza" Sb 7:7-8.
Por la sabiduría juzgamos rectamente de Dios y de las
cosas divinas por sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del
E.S., que nos las hace saborear por cierta connaturlidad y simpatía. Es
inseparable de la caridad.
Inteligencia
(Entendimiento): Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la
Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo,
16-IV-89
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La fe es adhesión a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es también búsqueda con el deseo de conocer más y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espíritu, que juntamente con ella concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuición de la verdad divina.
La palabra "inteligencia" deriva del latín
intus legere, que significa "leer dentro", penetrar,
comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta
las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa
de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del
designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos
de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del
pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con
nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)
Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada
uno, sino también a la comunidad: a los Pastores que, como
sucesores de los Apóstoles, son herederos de la promesa específica que Cristo
les hizo (cfr Jn 14:26; 16:13) y a los fieles que, gracias a la
"unción" del Espíritu (cfr 1 Jn 2:20 y 27) poseen un especial
"sentido de la fe" (sensus fidei) que les guía en las opciones
concretas.
Efectivamente, la luz del Espíritu, al mismo tiempo
que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también mas límpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas.
Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que están inscritos en
la creación. Se descubre así la dimensión no puramente terrena de los
acontecimientos, de los que está tejida la historia humana. Y se puede lograr
hasta descifrar proféticamente el tiempo presente y el futuro. "¡signos
de los tiempos, signos de Dios!".
Queridísimos fieles, dirijámonos al Espíritu Santo con
las palabras de la liturgia: "Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el
cielo" (Secuencia de Pentecostés).
Invoquemoslo por intercesión de Maria Santísima, la Virgen de la Escucha,
que a la luz del Espíritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los
misterios realizados en Ella por el Todopoderoso (cfr Lc 2, 19 y 51). La
contemplación de las maravillas de Dios será también en nosotros fuente de
alegría inagotable: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1, 46 s).
Consejo: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone,
sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo,
7-V-89
2. Continuando la reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, hoy tomamos en consideración el don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone.
2. Continuando la reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, hoy tomamos en consideración el don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone.
Una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo,
turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca
de los verdaderos valores, es la que se denomina «reconstrucción de las
conciencias». Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos
factores destructivos que fácilmente se insinúan en el espíritu humano, cuando
está agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y
positivos.
En este empeño de recuperación moral la Iglesia debe
estar y está en primera línea: de aquí la invocación que brota del corazón de
sus miembros -de todos nosotros para obtener ante todo la ayuda de una luz de
lo Alto. El Espíritu de Dios sale al encuentro de esta súplica mediante el don
de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y
guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente
cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a
la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos.
Y en realidad la experiencia confirma que «los pensamientos de los mortales son
tímidos e inseguras nuestras ideas», como dice el Libro de la Sabiduría (9,
14).
3. El don de consejo actúa como un soplo nuevo en
la conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que
conviene más al alma (cfr San Buenaventura, Collationes de septem don is
Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo
sano» del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de
nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en
una determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El
cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores
evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña (cfr Mt
5-7).
Por tanto, pidamos el don de consejo. Pidámoslo para
nosotros y, de modo particular, para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a
menudo, en virtud de su deber, a tomar decisiones arduas y penosas.
Pidámoslo por intercesión de Aquella a quien saludamos
en las letanías como Mater Boni Consilii, la Madre del Buen Consejo.
Fortaleza:
Fuerza sobrenatural que sostiene la
virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere
de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las
instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la
timidez y la agresividad.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo,
14-V-89
1. En nuestro tiempo muchos ensalzan la fuerza física, llegando incluso a aprobar las manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante.
2. Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber.
Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la práctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y la dureza en las relaciones económicas, sociales y políticas. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con la consiguiente repetición del entristecedor espectáculo de quien es débil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos.
3. Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.
Cuando experimentamos, como Jesus en Getsemani, «la debilidad de la carne» (cfr Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: «Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
4. Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos los tiempos y también en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y del alma, en íntima unión con la Mater Dolorosa junto la Cruz. ¡Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espíritu!
Pidamos a Maria, a la que ahora saludamos como Regina caeli, nos obtenga el don de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.
1. En nuestro tiempo muchos ensalzan la fuerza física, llegando incluso a aprobar las manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada día experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre el ejerce el ambiente circundante.
2. Precisamente para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber.
Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que está difundida la práctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y la dureza en las relaciones económicas, sociales y políticas. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con la consiguiente repetición del entristecedor espectáculo de quien es débil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos.
3. Quizá nunca como hoy, la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del Espíritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez.
Cuando experimentamos, como Jesus en Getsemani, «la debilidad de la carne» (cfr Mt 26, 41; Mc 14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades físicas y psíquicas, tenemos que invocar del Espíritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: «Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
4. Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos los tiempos y también en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y del alma, en íntima unión con la Mater Dolorosa junto la Cruz. ¡Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espíritu!
Pidamos a Maria, a la que ahora saludamos como Regina caeli, nos obtenga el don de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.
Ver también: Fortaleza como virtud
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo,
23-IV-89
1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo,
que hemos comenzado en los domingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro
don: el de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor
de las criaturas en su relación con el Creador.
Sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en
virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la
tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme
riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de
absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su
misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer,
del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son
los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo.
2. Para resistir esa tentación sutil y para remediar
las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu
Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a
valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias
a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo
que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cfr
S. Th., 11-II, q. 9, a. 4).
Así logra descubrir el sentido teológico de lo
creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque
limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como
consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza,
cantos, oración, acción de gracias. Esto es lo que tantas veces y de
múltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. ¿Quien no se acuerda de
alguna de dichas manifestaciones? "El cielo proclama la gloria de Dios y
el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal 18/19, 2; cfr Sal 8, 2);
"Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo
sol y Luna, alabadlo estrellas radiantes" (Sal 148, 1. 3).
3. El hombre, iluminado por el don de la ciencia,
descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del
Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir, cuando, al
pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a advertir con
pena su miseria y le empuja a volverse con mayor Ímpetu y confianza a Aquel que
es el único que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa.
Esta ha sido la experiencia de los Santos... Pero de
forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con
el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos enseria a caminar "para
que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en
la verdadera alegria" (Oración del domingo XXI del tiempo ordinario).
Piedad: Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre
a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del
mismo Padre. Clamar ¡Abba, Padre!
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.
Un hábito sobrenatural infundido con la gracia santificante para excitar en la voluntad, por instinto del E.S., un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos e hijos del mismo Padre.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 28-V-1989.
1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante este, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.
1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante este, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.
La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración.
La experiencia de la propia pobreza existencial, del vació que las cosas
terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios
para obtener gracia, ayuda y perdón. El don de la piedad orienta y alimenta
dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para
con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido
escribía San Pablo: «Envió Dios a su Hijo..., para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...» (Gal 4, 4-7;
cfr Rom 8, 15).
2. La ternura, como apertura auténticamente fraterna
hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de
la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor
hacia los hermanos, haciendo su Corazón de alguna manera participe de la
misma mansedumbre del Corazón de Cristo. El cristiano «piadoso» siempre sabe
ver en los demás a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia
de Dios, que es la Iglesia. Por esto el se siente impulsado a tratarlos con la
solicitud y la amabilidad propias de una genuina relación fraterna.
El don de la piedad, además, extingue en el corazón
aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la
impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de
perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva comunidad
humana, que se fundamenta en la civilización del amor.
3. Invoquemos del Espíritu Santo una renovada efusión
de este don, confiando nuestra súplica a la intercesión de Maria, modelo
sublime de ferviente oración y de dulzura materna. Ella, a quien la Iglesia en
las Letanías lauretanas Saluda como Vas insignae devotionis, nos ensetie
a adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23) y a abrirnos, con corazón
manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos. Se
lo pedimos con las palabras de la «Salve Regina»: «i... 0 clemens, o pia, o
dulcis Virgo Maria!».
Temor de Dios: Espíritu contrito ante Dios, concientes de las culpas y del castigo divino,
pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios,
humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es
el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre,
de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
S.S. Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, 11 -VI-1989.
1. Hoy deseo completar con vosotros la reflexión sobre
los dones del Espíritu Santo. El Ultimo, en el orden
de enumeración de estos dones, es el don de temor de Dios.
La Sagrada Escritura afirma que "Principio del
saber, es el temor de Yahveh" (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de que
temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar
pensar o acordarse de El, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el
estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después
del pecado, a «ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del
jardín» (Gen 3, 8); este fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado
de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cfr Mt
25, 18. 26).
Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero
concepto del temor-don del Espíritu. Aquí se trata de algo mucho más noble y
sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a
la tremenda malestas de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias
infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27)
en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente se presenta y
se pone ante Dios con el «espíritu contrito» y con el «corazón humillado» (cfr
Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvación «con temor
y temblor» (Flp, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino
sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley.
2. El Espíritu Santo asume todo este conjunto y lo
eleva con el don del temor de Dios. Ciertamente ello no excluye la
trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la
perspectiva del castigo divino, pero la suaviza con la fe en la misericordia
divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvación
eterna de todos. Sin embargo, con este don, el Espíritu Santo infunde en el
alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa
entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de
"permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).
3. De este santo y justo temor, conjugado en el
alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas,
y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la
mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo
a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la
carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor
7, 1).
Es una advertencia para todos nosotros que, a veces,
con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus
castigos. Invoquemos al Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don
del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoquémoslo por
intercesión de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste o se conturbó» (Lc
1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba,
supo pronunciar el fiat» de la fe, de la obediencia y del amor.
Mas sobre el temor de Dios >>>
Por:
El hombre:
En orden
a los actos:
la Virtud
adquirida
se dispone para ser movido por la simple razón
natural
naturalmente buenos.
la Virtud infusa
se dispone para ser movido por la razón iluminada por
la fe
sobrenaturales al modo humano.
los Dones del
Espíritu Santo
se connaturaliza con los actos a que es movido por el
Espíritu Santo
sobrenaturales al modo divino o sobrehumano.
El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma
en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo
Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones:
Ambos son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.
Pero hay diferencias:
1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. (virtudes) Actúan por razones humanas vs. (dones del ES) Actúan por razones divinas . Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: (virtudes) Modo humano vs. (dones del ES) modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: (virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (dones del ES) al arbitrio divino .
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera conciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
Ambos son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.
Pero hay diferencias:
1: La causa motora: Las virtudes son movidas por la razón vs. Los dones del E.S. son movidos directamente el Espíritu Santo.
-Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
-Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. (virtudes) Actúan por razones humanas vs. (dones del ES) Actúan por razones divinas . Los dones del ES transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: (virtudes) Modo humano vs. (dones del ES) modo divino
-Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
-En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: (virtudes) Uso a nuestro arbitrio vs. (dones del ES) al arbitrio divino .
-Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
-mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera conciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es solo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
"La primera oración que sentí, a mi parecer,
sobrenatural, que llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede
adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí y debe
de hacer mucho al caso..." -Sta. Teresa de Avila, Relación Ira al P.
Rodrigo 3
Dones en las Sagradas Escrituras
Sabemos de la existencia de los dones por la Biblia.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Sabemos de la existencia de los dones por la Biblia.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Isaías menciona seis de los dones (falta el don de
piedad)
Isaías
11:1-3
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
Este texto es mesiánico. Se refiere propiamente al
Mesías. No obstante, os Santos Padres lo extienden también a los fieles de
Cristo en virtud del principio universal de la economía de la gracia que
enuncia San Pablo cuando dice: "Porque a los que de antes conoció, a ésos
los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo" Rm 8:29.
San Pablo describe el don de Piedad: "No habeis
recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido
el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo
da testimonio de que somos hijos de Dios" Rom 8:14-17
Otros textos que revelan los dones:
AT: Gen 41:38; Ex 31:3; Num 24:2; Deut 34:9; Ps 31:8; 32:9; 118, 120; 142:10; Sap 7:28; 7:7; 7:22; 9:17; 10:10; Eccli 15:5; Is 11:2; 61:1; Mich 3:8.
NT: Lc 12:12; 24:25; Jn 3:8; 14:17; 14:26; Hechos 2:2; 2:38; Rm 8:14; 8:26; 1 Cor 2:10; 12:8; Apoc 1:4; 3:1; 4:5; 5:6.
AT: Gen 41:38; Ex 31:3; Num 24:2; Deut 34:9; Ps 31:8; 32:9; 118, 120; 142:10; Sap 7:28; 7:7; 7:22; 9:17; 10:10; Eccli 15:5; Is 11:2; 61:1; Mich 3:8.
NT: Lc 12:12; 24:25; Jn 3:8; 14:17; 14:26; Hechos 2:2; 2:38; Rm 8:14; 8:26; 1 Cor 2:10; 12:8; Apoc 1:4; 3:1; 4:5; 5:6.
Padres de la Iglesia
Tanto los Padres griegos como los latinos hablan con frecuencia de los dones del Espíritu Santo, aunque con diversos nombres: dona, munera, charismata, spiritus, virtutes, etc.
Tanto los Padres griegos como los latinos hablan con frecuencia de los dones del Espíritu Santo, aunque con diversos nombres: dona, munera, charismata, spiritus, virtutes, etc.
Fuentes principales:
-Catecismo de la Iglesia Católica
-Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo
-Royo Marín, Teología de la Perfección#117s, BAC
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