PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO A.
Domingo 2 de Diciembre del 2007. Mt. 24, 37- 44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el
día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y
se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la
dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro
Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche
viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre.»
CUENTO: ADVIENTO PARA BUSCAR A
DIOS
Cuenta
una leyenda oriental que un hombre buscaba en el desierto agua para saciar su
sed. Después de mucho caminar, muy fatigado, con la boca reseca, el peregrino
descubrió por fin las aguas de un arroyo. Pero, al arrojarse sobre la
corriente, su boca encontró sólo arena abrasadora. De nuevo comenzó a caminar,
leguas y leguas; su sed y su cansancio iban en aumento. Por fin, escuchó el
rumor del agua. Se divisaba en la lejanía un río caudaloso y ancho; sus manos
tomaron el líquido tan ansiado, pero de
nuevo era sólo arena. Siguió caminando, con la lengua fuera, como un perro
sediento. Hasta que de nuevo se oyó rumor de aguas de una fuente. Su chorro
cristalino formaba un gran charco. Pero sólo la decepción respondió a la sed
del caminante. Y con renovado afán se lanzó de nuevo al desierto. Atravesando
montes y valles, sólo encontró soledad y aridez. No había agua, ni rastro de
ella. Un día le sorprendió un viento de humedad; allá, a lo lejos, pareció que
el mar inmenso brillaba ante sus ojos. El agua era amarga, pero era agua. Al
hundir su cabeza ansiosa entre las olas, no hizo sino sumergirse en un fango que
no estaba originado por el agua. El peregrino entonces se detuvo; se acordó de
su madre, que tanto sufriría por él cuando supiera de su muerte. Las lágrimas
vinieron a sus ojos, resbalaron por sus mejillas y cayeron en el cuenco de sus
manos. Entonces, asombrado, se dio cuenta de que aquellas lágrimas había
saciado de verdad su sed, y el peregrino, tomando fuerzas, prosiguió su camino
y sintió su alma llena de luz. Fue un gran descubrimiento saber que el agua que
buscaba no estaba en el desierto, sino dentro de su propio corazón.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
Ya empiezan las calles y comercios de nuestras
ciudades y pueblos a llenarse de luces y adornos navideños que nos invitan a
prepararnos anticipadamente a la gran fiesta cristiana del Nacimiento de Cristo.
Claro que la finalidad de todas esas luces no es religiosa, sino comercial. Nos
invitan a prepararnos, comprando y consumiendo más y más.
Los cristianos no estamos exentos de esa propaganda
y corremos el riesgo de dejarnos invadir por esa fiebre consumista.
Para eso está el Adviento, para llamarnos la
atención sobre nuestra vida, muchas veces llena de ruidos y cosas materiales
que nos impiden escuchar la voz de Dios que clama en el desierto de nuestra
rutina diaria y nos invita a convertirnos y a sacudirnos la modorra de una fe
cómoda y poco comprometida.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a estar en vela y
a saber discernir y vivir la verdadera Navidad en medio de esta confusa mezcla
de ruidos, luces de colores, compras, diversión, carrera frenética por tener y
consumir más. Adviento es una mirada
primero hacia dentro, y además hacia fuera. Hacia dentro para mirarnos en
sinceridad y analizar la jerarquía de valores en nuestra vida. ¿En qué estamos
cimentando nuestro diario vivir? ¿A dónde vamos con tanta prisa, dejando en el
camino tantas cosas importantes esenciales sin atender? Nuestro propio corazón,
nuestros sentimientos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra fe, nuestra
amabilidad y solidaridad.
Adviento para mirar hacia fuera y hacia arriba. Mirando
el mundo seguimos viendo tantas injusticias, tantas desigualdades, tantos
enfermos de soledad, tanta impotencia para detener las guerras, el hambre, los
desastres naturales, los sufrimientos cercanos y lejanos. ¿Qué hacer? La
sociedad de consumo nos invita a evadirnos de esas realidades y nos seduce con
sus cantos de sirena que nos prometen una falsa felicidad o nos ofrecen una
caridad benéfica que adormezca nuestras conciencias entre tantas luces de neón
y tanto escaparate plagado de rutilantes y seductores productos. Como
cristianos no podemos simplemente conformarnos con vivir una Navidad como los
demás. Para eso tenemos el Adviento, para prepararnos bien al encuentro con ese
Jesús que viene a nuestras vidas cada día, que quiere nacer en nuestros corazones
en cada momento, en cada persona, en cada pobre que nos necesita. Adviento es
tiempo de esperanza. Y es que un cristiano no cae en el pesimismo ante lo que
ve, porque sabe que en el horizonte de nuestra vida está Dios y con Él podemos
transformar esta realidad llena de injusticias, pero también llena de mucha
bondad y belleza, que nos rodea. Y es que el mensaje del Adviento no es un
mensaje catastrofista, sino un tiempo para la esperanza. En medio de cualquier
situación humana, se cual sea, no debemos desanimarnos, debemos mirar a Cristo
que viene, que ya está en medio de nosotros, que se camufla en el pobre y el
necesitado, en quien necesita de nuestro amor. Ahí reside la auténtica
liberación que nos trae Cristo, la felicidad que nos promete, el verdadero
significado de la Navidad.
Adviento nos llama a volvernos una vez más a Dios,
a través de una mayor vida de oración, de una más asidua participación en la
Eucaristía y en la comunidad cristiana, a través de una más auténtica
solidaridad con los más necesitados.
La verdadera preparación a la Navidad no consiste
en pretender nuestras vidas de muchas cosas materiales, de caer en la droga del
comprar por comprar, pensado quizá que en tener más consiste en ser más feliz.
Miremos desde ahora a Belén. Dejemos que desde este
primer domingo nuestras vidas se vuelvan hacia la estrella de luz que surge de
aquel sencillo pesebre.
Preparémonos por dentro, dejemos de buscar la
felicidad fuera de nosotros, como nos dice el cuento de hoy. Dios está dentro,
en lo más íntimo de nosotros mismos, como decía San Agustín.
Que la voz de Dios resuene en nuestras vidas.
Hagamos espacio de silencio, de oración, de escucha. Dios viene, Dios está
entre nosotros. Somos nosotros quienes debemos ir a El y reconocerlo,
escucharlo y amarlo.
En este tiempo y en esta sociedad nuestra donde
abunda mucho la risa, el bienestar y el ruido, pero no siempre la alegría
verdadera y la felicidad, más que nunca es actual el mensaje sencillo, humilde,
alegre y solidario de la Navidad.
Nosotros, los cristianos, somos los primeros que
tenemos que dar ejemplo y convencer a los demás de la verdadera celebración de
la Navidad. ¡FELIZ Y VIGILANTE COMIENZO DEL ADVIENTO PARA TODOS!.
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