martes, 3 de diciembre de 2013

Ayuda a la víctima de maltrato



Pese a que cada vez son más las mujeres maltratadas que se atreven a alzar su voz, tenemos constancia de que otras tantas siguen calladas e inmersas en un círculo agobiante del que les es difícil salir por diversas razones. Desde nuestra experiencia personal tendemos a intentar decirles que denuncien, que no aguante, que piensen en sus hijos,…, y otros tantos mensajes que, pese a las buenas intenciones, no dejan de ser un reflejo del desconocimiento y la falta de empatía. Pensemos un momento: ¿sería fácil denunciar a tu pareja en un municipio pequeño en el que todos son conocidos?, ¿sería fácil mantener una orden de alejamiento en un municipio en el que pocas calles miden más de 500 metros?


Cuando las campañas publicitarias nos instan a denunciar, se olvidan de algo: no es fácil salir de una situación de maltrato en zonas rurales, en pequeños municipios, ya de por sí enclaustrados en viejos prejuicios y valores que chocan, doy fe, con la situación de mayor anonimato que se vive en pueblos o ciudades más grandes.
EL PROCESO DEL MALTRATO
Pero, ¿por qué? ¿Dónde se genera el problema? ¿Qué es lo que acontece para que la persona a la que has elegido como compañero de viaje llegue a menoscabar por completo tu autoestima, te hiera física y psicológicamente, y dañe directa o indirectamente a los niños que ambos, por lo general, decidisteis un día traer al mundo?

Ana relata que “era el hombre de su vida” cuando le conoció y se enamoró de él. Los malos tratos no comenzaron con una paliza. Si esto hubiese ocurrido así, quizás hubiese sido más fácil pedir ayuda.

El proceso de maltrato suele comenzar de manera insidiosa, gradual: insultos, pequeñas vejaciones, aislamiento progresivo de cualquier red familiar o social,… a veces se repiten tanto los pequeños altercados que llega a normalizarse como proceso de comunicación en la pareja. Los pequeños avisos que Ana pudo haber observado al principio de la relación le habrían puesto en alerta pero, como también suele ocurrir, no fueron percibidos en su momento: ahora sí es consciente de cómo él trataba a su propia madre, cómo él fue minando poco a poco las relaciones con sus amigas, con su propia familia.



Luego aparecen los primeros golpes, las humillaciones más íntimas, la vergüenza de una misma al mirarse al espejo, y, finalmente, el arrepentimiento de él: esa dulzura al pedirle perdón que llegaba a 'compensar' el resto de acontecimientos. Es esta fase de arrepentimiento del agresor, de muestras de necesidad obsesiva por ella, lo que crea en ocasiones el llamado "síndrome de Estocolmo doméstico": la víctima justifica en mayor o menor grado el comportamiento agresivo de su compañero. Por no hablar de la constante preocupación de muchas mujeres por sus hijos: “¡Cómo voy a separarles de su padre!”.

INTERVENCIÓN CON LA VÍCTIMA


Mujeres como Ana necesitan, tras romper con su pareja, entender por qué no han sido capaces de detenerse a tiempo. Necesitan que alguien les explique por qué volvían a perdonarle una y otra vez en esos momentos de arrepentimiento que convertían la convivencia en una luna de miel. Así, la expresión emocional de la mujer víctima de maltrato es tan importante como la recepción emocional, es decir, que el profesional la ayude a entenderse a sí misma, eliminando con ello el sentimiento de culpa y vuelva a creer en ella misma. El aumento de autoestima permitirá a la mujer replantearse su vida, hacer planes de futuro y sentirse plenamente capaz y autónoma. El proceso completo dependerá de múltiples factores: la gravedad y duración del maltrato, las habilidades personales de la víctima, la red de apoyo familiar y social, etc.
¿QUÉ NECESITA LA MUJER MALTRATADA?

Necesita ser escuchada, pero no es fácil. El profesional que ejerce la escucha ha de estar desprovisto de todo prejuicio. Es probable que el discurso de la víctima esté compuesto por mucha información “descolocada”: descripción de situaciones de maltrato, expresión de sentimientos, preguntas indicativas del sentimiento de culpa, etc. Nuestro papel ha de consistir en 'recolocar' toda esa información. La víctima ha metido todo en el mismo saco y nosotros, a través de esa escucha activa, se lo vamos a devolver metido en 'bolsitas' individuales. Los problemas dejan de tener el valor que les damos una vez que los hemos delimitado, que los hemos convertido en lo que realmente son, sin mezclar unos con otros. A partir del momento en que una persona sabe exactamente cuál es su problema, entra en una fase en la que le es posible generar alternativas de solución. Al mismo tiempo, como ya se señaló, la víctima necesita entenderse a sí misma. La culpa desaparece cuando el profesional le hace consciente de lo normal que es sentir las cosas que ella ha sentido. Se debe empatizar con la víctima pero enseñarla, al mismo tiempo, a que ella empatice consigo misma, que se entienda, que conozca las razones que le impulsaron a perdonar, a justificar, etc.

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