martes, 3 de diciembre de 2013

El maltrato



En líneas generales y siempre supeditado a las diferencias en cada caso, el perfil del agresor suele coincidir con un hombre que, pese a las apariencias, es inseguro, con una notable falta de autoestima, con problemas para aceptar la frustración, con restricción emocional (es decir, niegan su área emocional por considerarla signo de debilidad; nunca hablan de sus emociones) y con una total dependencia de la pareja, la única que le da sensación de poder.

En la inmensa mayoría de los casos, no se trata de un enfermo mental, porque su ira no responde a ningún problema de índole orgánico
 (pese a que hay numerosas teorías que apuntan en esta dirección).


Tampoco tiene por qué coincidir con el perfil de un hombre que fue niño maltratado o víctima de maltrato, aunque no debemos olvidar que la violencia es una conducta aprendida. El proceso a través del cual el hombre aprende que la violencia es útil para resolver problemas cotidianos, para vencer sus frustraciones, comienza con probabilidad en la primera infancia.

¿Cuál es la diferencia?, ¿por qué hay tantas personas que aún creen que el maltrato se debe a una enfermedad mental? Una de las claves a estas preguntas radica en la descripción de la situación en que se desarrolla el maltrato. 

Si la violencia es como consecuencia de una enfermedad mental basada en una estructura de delirios, pensamientos ciertos para quien los padece y sin posibilidad de razonarlos, el hecho mismo de golpear sería una respuesta a esos delirios por lo que, mientras golpea, no siente la culpa o el remordimiento. La mujer explica, entonces, que ve a su agresor como alguien frío, que le ha hecho daño sin decir palabra (o palabras inconexas relacionadas con el delirio) y que luego no pide perdón. Esto, como ya hemos señalado, ocurre puntualmente y en casos excepcionales. 

El resto de agresores, la gran mayoría, mientras golpea, está verbalizando justificaciones en forma de insultos o de excusas, de que le han provocado. Posteriormente, tienden a pedir perdón y compensar a su pareja de formas diferentes. Este hecho nos hace ver que el agresor tiene conciencia o remordimiento o dejémoslo solo en miedo a las consecuencias de sus actos. Por lo tanto, es capaz de razonar y eso implica que no tiene una enfermedad mental. 

INTERVENCIÓN CON EL MALTRATADOR

Si estamos de acuerdo en que la violencia es una conducta aprendida, estaremos de acuerdo, pues, en que se puede y se debe intervenir de cara a reaprender nuevas formas de comunicación. A este respecto, el debate está servido. Las medidas de castigo empleadas a través de diferentes políticas de actuación en materia de maltrato doméstico no son efectivas. O, al menos, no lo son sin un proceso de intervención continuo que las acompañe. Para que la intervención con el maltratador sea efectiva, debe ser muy individualizada (pese a que muchas técnicas se lleven a cabo en forma de grupo). Debemos comenzar por analizar el esquema mental del agresor: ¿qué valores o principios le rigen en su forma de pensamiento?, ¿qué habilidades personales tiene?, ¿cuál es su experiencia personal con la violencia, con las figuras de apego en su infancia?, ¿cómo es su nivel de autoestima?, etc. Es importante que el profesional sepa crear un conflicto en el propio agresor, esto generará el enganche de cara al proceso de intervención.

Nuestra experiencia nos indica que el nivel de éxito en la intervención viene determinado por dos factores principales: la edad del agresor y su nivel cultural (que no socioeconómico).
 Cuanto más joven es y mayor nivel cultural (o mayor capacidad de flexibilizar su pensamiento estanco), mayor probabilidad de éxito hay en la rehabilitación del maltratador.


GRACIA SÁNCHEZ
Psicóloga especializada en violencia doméstica

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