HE AQUÍ LA FIGURA MÁS IMPORTANTE
La frase de Jesucristo “la paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy
como el mundo la da. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde” (Jn
14,27)
La paz, la paz auténtica, la paz de
Cristo, es honradez, es sinceridad, es rectitud de intención, es
conciencia limpia, es armonía, es concordia, es convivencia, es
solidaridad, es fraternidad, es unidad y pluralidad ensambladas para el
bien, es el respeto y la aceptación del otro y de las diferencias. Es
unión con Dios. La paz cristiana es justicia, es libertad, es
tolerancia, es compartir, es diálogo, es escucha, es perdón, es
reconciliación. La paz es vencer el mal con el bien. La paz es don y
camino del amor. Y esta paz, claro, exige de la conversión del corazón.
La paz de Cristo es la siembra y, a la vez, el fruto de la revolución
del amor, la única revolución que transforma siempre para bien y para el
bien y construye una humanidad mejor.
“Para edificar y consolidar la paz
-afirmó Benedicto XVI en su citado discurso a las autoridades civiles y
religiosas, diplomáticos y gentes de la cultura-, hay que volver
incansablemente a los fundamentos del ser humano. La dignidad del hombre
es inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha
dado… Si queremos la paz, defendamos la vida”, añadió el Papa más
adelante. Y ello significa que hay que desterrar toda violencia física o
verbal, que jamás se puede utilizar la religión como pretexto de la
violencia en cualquiera de sus expresiones, que ninguna, tierra, lugar,
tradición y cultura es exclusivamente de nadie, que el derecho a la
libertad religiosa es sagrado y que el respeto y la promoción de toda
vida humana y a que toda persona pueda vivir pacíficamente y con
dignidad es un ineludible e imprescindible deber.