viernes, 21 de marzo de 2014

TERCER DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A.



Domingo 23 de Febrero del 2014 ( Jn. 4, 5-42)

 En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob.
 Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.
 Era  alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: -«Dame de beber.» 
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: -«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? »  Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. 
Jesús le contestó: -«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.» 
 La mujer le dice: -«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» 
 Jesús le contestó: -«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» 
La mujer le dice: -«Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.» 
 Él le dice: -«Anda, llama a tu marido y vuelve.» 
La mujer le contesta: -«No tengo marido.» 
Jesús le dice: -«Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»  
 La mujer le dice: -«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»  
 Jesús le dice: -«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis * culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.» 
La mujer le dice: -«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. »  Jesús le dice: -«Soy yo, el que habla contigo.»
 En esto llegaron sus  discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?» 
 La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: -«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?» 
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: -«Maestro, come.»
 Él les dijo: -«Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.»
 Los discípulos comentaban entre ellos: -«¿Le habrá traído alguien de comer?» 
Jesús les dice: -«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.  ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? 
Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador.
 Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.» 
 En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»
  Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos.
 Y se quedó allí dos días. 
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: -«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»


CUENTO:   EL POZO DEL DESIERTO



Es una leyenda antigua contada por los monjes del desierto. En los confines de Tebaida, dice la leyenda, había un pozo que apagaba la sed de todos los peregrinos que pasaban por allí. Lo más curioso de ese pozo era que el que bebía de su agua no volvía a tener sed. El problema era que nadie sabía exactamente dónde estaba el pozo.

No obstante, un día, un investigador de los archivos monásticos encontró, entre muchas cosas, un mapa antiguo que hablaba de ese pozo y lo localizaba. Sin contárselo a nadie, el investigador escondió el mapa para que nadie más supiera de su existencia y se puso a caminar, desierto adentro, a la búsqueda del pozo. Pero pasaron los días… y el hombre nunca más volvió. ¿Qué habría acontecido?

Algunos años más tarde, otro sabio encontró por azar el mapa escondido, y también él lo escondió de nuevo, y se aventuró solo a la búsqueda del deseado pozo. Pero tampoco él volvió jamás. Y una vez más la historia del pozo que apagaba la sed de todo el mundo cayó en el olvido.

Dice la leyenda que la historia se repitió varias veces, hasta que el mapa fue a caer en las manos de un pobre trabajador. Sorprendido con la novedad, en vez de esconder el mapa, habló de él a toda la gente y del pozo escondido que apagaba la sed. La novedad era tan grande que las personas no se lo creían. ¿Un pozo que apaga la sed? ¿Quién se lo va a creer?

No obstante, un pequeño grupo estudió cuidadosamente el mapa y llegó a la conclusión de que el mapa parecía autentico. Y si el mapa era verdadero, ¿por qué no podía ser verdadero el pozo? Se juntaron en un grupo y decidieron ir a la búsqueda del pozo. Se prepararon para el viaje y, un buen día, se pusieron en camino desierto adentro. El viaje fue duro y difícil, pues el sol del desierto no perdonaba. Pero como iban en grupo, se ayudaban los unos a los otros compartiendo la poca agua que llevaban.

Después de largos días de viaje, cuando el desierto parecía no tener fin, avistaron el pozo. Era verdad: el pozo no era un espejismo. Pero, ante el asombro de todos, vieron junto al pozo centenares de esqueletos humanos. Se acercaron, miraron dentro del pozo y vieron que no se habían equivocado: abajo el agua brillaba. El problema era que no tenían con que sacar el agua. Por eso, todos los que antes habían buscado solos el pozo habían muerto de sed. Entonces el grupo se sentó a reflexionar sobre cómo sacar el agua del pozo. No tenían ni cuerda ni cubo y el pozo era profundo. Entonces, con las ropas que tenían hicieron una cuerda larga, ataron en la punta un botijo y lo llevaron al fondo del pozo. Y todos pudieron beber del agua del pozo. La verdad era que, después de beber, nunca más tuvieron sed.

ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

El tercer domingo de Cuaresma nos presenta una escena muy entrañable del Evangelio, el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob. 
Cristo se hace el sediento para suscitar un diálogo con aquella mujer y de paso nos ofrece una magnífica catequesis del proceso de la fe. Desde lo humano llegar a lo divino.
 Desde el agua del poco de Jacob al manantial de agua viva que brota de Cristo hasta la vida eterna.
 En nuestro camino por la Cuaresma hemos pasado ya el desierto de las tentaciones y las dificultades de la fe, hemos subido a la montana de la Transfiguración para superar esas dificultades con la ayuda de Dios que nos ilumina y nos guía con su resplandor. 
Hoy nos invita a dar un paso más en nuestra conversión: descubrir cuál es la sed radical de nuestra vida y las aguas con que saciamos esa sed. Vivimos un tiempo de sed espiritual profunda, aunque apenas eso se manifieste en el exterior. Aparentemente todo está cubierto, especialmente las necesidades materiales. Pareciera que el ser humano hubiera ya llenado así su sed radical de felicidad.
 Los cristianos a veces también entramos en esta carrera de búsqueda superficial de agua para calmar la sed. Y también nos llenamos de consumo, materialismo, apariencia, fama, poder, lujo… Cristo nos recuerda que no es fuera donde encontraremos esa felicidad que anhelamos, el agua viva no la está en las cosas exteriores a nosotros, sino que hay buscarla dentro. 
Y es una búsqueda no sólo personal sino comunitaria, porque no es un agua para beberla a solas y para guardarla ni estancarla, sino para compartirla, para darla, para ofrecerla a otros y con otros, como nos recuerda el cuento de que os pongo para este domingo. Porque el Agua Viva que es Cristo, el Amor de Dios es Manantial y Fuente que brota para la vida eterna, que no se agota en nosotros, que se hace solidaridad y encuentro con los otros, como hizo la samaritana al ir a comunicárselo a sus paisanos.
 Para los cristianos sabemos que es Cristo esa fuente viva que colma nuestra ansia de felicidad definitivamente y sabemos que sólo el amor, la paz, la familia, los amigos, la generosidad, la bondad, la alegría, la amabilidad  nos dejan un poso de satisfacción duradera en nuestro espíritu. 
Ni el egoísmo ni las cosas materiales llenarán nunca el vacío que se siente cuando no somos amados o cuando somos heridos.  Sólo la certeza de ser amados en lo profundo de nuestro ser nos hace resurgir renovados.
 Dejemos, pues, en esta Cuaresma que Cristo se acerque a nosotros y hagamos como que él nos necesita a nosotros, hagámonos los importantes; pero luego, dejemos que Él nos hable al corazón, que Él descubra la sed profunda de nuestra alma; que Él abra nuestras vidas a los otros y al amor; que plante en lo más profundo de nosotros mismos ese surtidor de fe y de paz que no se agota sino que se prolonga hasta una vida eterna felices con el Señor.








viernes, 14 de marzo de 2014

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA. CICLO A.



Domingo 16 de Marzo del 2014. Mt. 17, 1-9

Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar. En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
-«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
-«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
-«Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»



CUENTO:   LA MEJOR ORACIÓN

Un pobre campesino regresaba del mercado al atardecer. Descubrió de pronto que no llevaba su libro de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta.
El pobre hombre estaba afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus plegarias. Entonces oró de este modo: He cometido una verdadera estupidez, Señor. He salido sin mi libro de rezos. Tengo tan poca memoria que sin él no sé orar. De modo que voy a decir cinco veces el alfabeto muy despacio. Tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar las plegarias que ya no recuerdo.
Y Dios dijo a sus ángeles: De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha salido sin duda alguna, la mejor. Una oración que ha brotado de un corazón sencillo y sincero.

ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

Si el primer domingo de Cuaresma nos invitaba a ir al desierto a enfrentarnos con nuestras propias tentaciones a imagen de las de Jesús, este segundo domingo se nos invita a subir a la montaña del Tabor para contemplar a Cristo transfigurado y resplandeciente.
 Desierto y Montaña son en la Biblia lugares privilegiados de encuentro con Dios. 
En ambos espacios, que son primeramente interiores, no hay apenas estorbos, ni distracciones, sólo hay silencio, inmensidad, infinitud. Tampoco hay muchos apoyos ni compañía. Así se impide la huida.
En el desierto y la montaña Dios habla al corazón, lejos del ruido de la gran ciudad que nos impide entrar en nosotros mismos. 
Allí no hay escapatoria ni excusas. No hay otra música que el silbido del viento, ni más luz que la de las estrellas. Allí sentimos el peso de la soledad ante Dios, y la verdad de nosotros mismos. 
Pero nunca una soledad sola ni angustiosa. Es la soledad sonora que hablaba el poeta, la soledad habitada por la plenitud del verdadero Amor. 
Y necesitamos tanto este encuentro en lo profundo con el Amor de Dios. Porque la vida humana y cristiana no es sólo lucha contra la tentación, dureza del camino y del desierto.
 Es también vivencia gozosa de una Presencia luminosa. 
La fe cristiana no es sólo una moral, es también vivencia mística, vital, contagiosa. Sin esta vivencia, la fe queda reducida a un conjunto le leyes, o de normas, o se convierte en un puro humanismo sin trascendencia. Necesitamos la montaña del Tabor para seguir caminando y avanzando.
 El Tabor que son los momentos de oración, los encuentros de Eucaristía, la cercanía de la comunidad, los espacios de silencio y de acogida gratuita.
Pero no es un Tabor que nos aísle del mundo, sino para que renueve en nosotros la utopía, las ilusiones, la entrega, la generosidad, la fe en que el reino de Dios ha llegado a este mundo.
 Los discípulos también tuvieron la tentación de quedarse colgados de aquella experiencia y pretendieron construir tres tiendas para no bajar al valle de la vida cotidiana y real. Jesús los tuvo que enviar de nuevo a bajar.
 La oración, el encuentro gozoso con el Señor, no es para quedarse en ella, sino para llevarla a la vida, o más bien, para que nuestra vida, la que vivimos cada día, sea en verdad oración.
 Porque  sin duda, como nos dice el cuento de hoy, la mejor oración, la que en verdad agrada, no es la recitación mecánica de rezos que otros utilizaron, sino la que brota del corazón sencillo y en la que se expresa la confianza y el amor.
 Subamos al Tabor, nos espera Dios al final o al principio de cada jornada. Vivamos cada día en su Presencia Amorosa y Providente, Luminosa y Protectora.
 Descubramos en la vida de fe la belleza resplandeciente del Señor. Dejemos que El nos ilumine y nos guíe. Contemplemos su gloria.
 Hagámonos nosotros en esta Cuaresma testigos luminosos de ese Amor infinito de nuestro Dios. 
¡QUE TENGAIS UNA FELIZ SUBIDA A LA MONTAÑA Y QUE EL SEÑOR RESPLANDEZCA EN CADA PALABRA Y EN CADA ACTO DE NUESTRA VIDA!!